domingo, 29 de octubre de 2017

El Dueño de la Luz

Autor: Jair Ríos
Título: El Dueño de la Luz
Técnica: Tiza pastel sobre cartulina negra
Medidas: 90 x 60 cm
Año: 2017
Serie: Identidades





El mito


EL DUEÑO DE LA LUZ 




En un principio, la gente vivía en la oscuridad y sólo se alumbraba con el fuego de los maderos. No existía el día ni la noche. Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero eran muchos los caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.

La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le contestó que le esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó. Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y el paisaje. Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba porque la vida era más agradable en la claridad. Y fue que el padre no pudo soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo, los días y las noches eran muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija menor un morrocoy pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al mismo paso del morrocoy.


Fuente: Wikipedia



Otra versión




El Dueño del Sol



Hace muchas estrellas, en el comienzo de todas las cosas, el sol no alumbraba los ríos ni calentaba los conucos, porque un hombre que vivía en la tierra de arriba, hacía el oriente, tenía encerrado a Ya dentro de una gran bolsa y no lo dejaba asomarse sobre las nubes.

Un guarao que vivía en los caños del Orinoco logró averiguar la forma en que Ya estaba escondido y determinó enviar al oriente a su hija mayor, para ver si ella conseguía diese libertad al sol.

La muchacha tuvo que caminar largo tiempo por la selva y pasó muchos trabajos desbrozando las picas del bosque y cruzando a través de los barrancos, hasta llegar finalmente al lejano lugar donde vivía el dueño del sol.

Cuando estuvo frente a él, le dijo:

- Mi padre quiere que saques al sol del escondrijo donde lo tienes y lo pongas sobre el mar de arriba para que pueda alumbrar así a todas las gentes.

El dueño del sol se desentendió de laspalabras de la muchacha, la miró con agrado y, encontrándola bonita, deseó tomarla por mujer. Ella no quería ceder a su deseo, pero el hombre la forzó rudamente a aceptarlo y luego la despidió sin haber hecho caso a la petición del guarao.

Cuando la muchacha regresó a la ranchería contó a su padre todo lo que le había sucedido y cómo el dueño del sol se había burlado de su ruego. El adre, sin desanimarse por esto, determinó enviar entonces a su segunda hija, para ver si ella era más afortunada que su hermana.

La hija segunda del guarao tuvo igualmente que cruzar la selva y caminar mucho, aunque empleó menos tiempo que la primera en llegar a la casa del dueño del sol, al cual pidió que liberase a Ya y lo dejase correr entre las nubes; pero el hombre tampoco atendió esta vez los ruegos de la muchacha y la hizo su mujer como a la otra, porque era también bonita y había despertado su deseo.

Después le dijo:

- Márchate ahora para la tierra de abajo y no vuelvas más a molestarme.

Ella, en lugar der obedecer como su hermana a estas brutales palabras, le respondió muy enojada:

- ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Es que no piensas liberar al sol?

Y mientras iba hablando miraba ansiosamente hacia todas partes, para ver si lograba descubrir el escondite de Ya, has que al fin distinguió una extraña y grandísima bolsa colgada de los troncos de la pared y se la quedó contemplando fijamente, con la sospecha de que fuera aquél.

Viendo el hombre que la muchacha miraba la bolsa, le dijo rápidamente:

-¡Cuidado, no se te ocurra tocar eso!

Por el tono de estas palabras comprendió la guaraúna que allí estaba efectivamente encerrado el sol, y sin hacer caso de la amenaza del hombre se lanzó de un salto sobre la bolsa y la rasgó de un manotazo.

Inmediatamente apareció el rostro de Ya, rojizo y deslumbrador, y comenzó a esparcir su calor y la luz de sus rayos sobre las nubes del mar de arriba y sobre los cerros y las matas de la tierra. Con su claridad traspasó hasta el mismo fondo de los caños y llegó a alumbrar la región de los espíritus que viven debajo del agua.

Al ver que su secreto estaba descubierto y que no podía contener de nuevo la fuerza de Ya, el hombre lo empujó hacia el oriente y colgó la bolsa rasgada en el poniente de modo que que quedase iluminada por la luz del sol, dejándola así convertida en luna.

En cuanto a la muchacha, se marchó corriendo a su rancho para contar a su padre la forma en que había logrado sacar el sol de su encierro.

El guarao se puso muy contento y no hacía más que contemplar la hermosura de Yabrillando desde el mar de arriba. Pero cuando todavía no había pasado sino el tiempo de una joyabaka, el sol se metió detrás de los cerros y desapareció, quedando los caños iluminados únicamente con el reflejo que les enviaba Guaniku, la luna.

Y el guarao dijo a su hija:

- Vete otra vez al oriente y aguarda que el sol comience a hacer su recorrido sobre las nubes. Cu8ando apenas haya empezado a caminar, amárrale con cuidado por detrás un morrocoy, para que así tenga que ir más despacio.

La muchacha hizo lo que su padre le había dicho y logró enganchar en la cola del sol a Guaku, el morrocoy, el cual impidió con su lentitud que aquél corriese demasiado, por lo que esta vez Ya estuvo iluminando la tierra el tiempo de una joyakaba y una joajua. Y desde entonces así lo hace cada día y solamente se esconde por las noches, desapareciendo poco a poco sobre el agua de los caños para dormir y refrescarse bebiendo, porque si no lo hiciera así, moriría sofocado por el mismo calor que despiden sus rayos.

En tanto, Guaniku sigue el camino de Ya y refleja la luz que el sol le envía desde poniente.


María Manuela de Cora
Kuai-Mare mitos aborígenes de Venezuela