jueves, 14 de septiembre de 2017

El Dueño del Fuego

Autor: Jair Ríos
Título: El Dueño del Fuego
Técnica: Óleo-Pastel sobre lienzo
Medidas: 130 x 80 cm
Año: 2017
Serie: Identidades



La fábula

EL DUEÑO DEL FUEGO


Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los caimanes que tenía por nombre Babá. Su esposa era una rana enorme y ambos poseían un gran secreto que los demás animales y seres humanos no sabían. El «matrimonio» se metía en la cueva y prohibían la entrada a cualquiera a menos que no quisieran ser devorados. El gran secreto lo guardaba celosamente Babá en su garganta.

En cierta ocasión la perdiz teniendo que construir su nido muy deprisa, no se dio cuenta y penetró en el interior de la guarida de la extraña pareja. Iba en busca de cañas y pajas y sólo encontró ramas y hojas medio quemadas que le hicieron pensar: «El fuego del cielo ha estado aquí. Probó entonces unas orugas tostadas que le supieron a gloria. Sigilosamente pudo salir del antro y buscó a Tucusito, el colibrí de plumas rojas para contárselo todo.

Estaban los dos juntos cuando llegó el Pájaro Bobo y los tres amigos tramaron un plan para averiguar de qué manera se valían la ranota y el caimán para cocinar tan ricas orugas. Bobo se escondió muy calladito en la cueva gracias a su plumaje oscuro. Al poco llegó la ranota, soltó las orugas que aquel día había cazado y Babá abrió su boca inmensa de la que salieron unas lenguas de fuego que en un santiamén cocinaron las orugas. Ambos se dieron un gran festín. Entonces se durmieron llenos de satisfacción.

Bobo salió y contó a sus amigos lo que había presenciado.

Entonces el osado trío pensó que para quitarle el fuego al caimán tendría que ser cuando éste abriera su enorme bocaza para reír. Anochecía cuando todos los animales se habían reunido como siempre hacían a Orillas del Orinoco para explicarse los últimos acontecimientos del día. Fue entonces cuando Bobo y la perdiz colorada organizaron una sesión de saltos que provocaron la risa de los asistentes al espectáculo, menos la de Babá. Bobo tomó una pelota de barro y cuando la ranota abrió la boca se la metió dentro. Esta temió atragantarse y empezó toda una suerte de muecas que obligaron a Babá a soltar una sonora carcajada. Tucusito que observaba atento desde el aire se lanzó en picado y consiguió robar el fuego con la punta de sus alitas. Al elevarse tuvo la mala fortuna de topar con las ramas de un árbol, quedando reducido rápidamente a cenizas.

Al ver esto el Rey caimán comprendió el engaño y aunque pensó que sería un bien para la Naturaleza, mal utilizado traería grandes males. Acto seguido quiso ponerse a salvo con su fea mujer y ambos se sumergieron en el gran río desapareciendo para siempre.

Llenos de alegría, los tres amigos celebraron el robo del fuego, pero ningún animal supo aprovecharlo. Fueron los habitantes humanos de la selva que vivían junto al Orinoco los que gracias a las brasas conseguidas por el árbol que había ardido aprendieron su utilidad, pero dándose cuenta quién les había traído tan precioso auxiliar elevaron a Tucusito, al pájaro Bobo y la perdiz colorada a la categoría de animales protectores por haberles regalado el don del fuego.


Francesc Ll. Cardona
Mitología, Historias y Leyendas de Venezuela 
2002


3 comentarios: